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martes, 17 de noviembre de 2020

Noviembre Mes de Borges.

Hola familias, chicas y chicos!!

En nuestro espacio "Noviembre, mes de Borges" queremos compartir con ustedes una vez más los trabajos realizados por las Maestras Bibliotecarias y los Maestros Bibliotecarios de los Distritos Escolares 7° y 8° .

Del 16 al 20 de noviembre las y los esperamos en: https://supervisionde7y8.wixsite.com/bibliotecasde7y8/semanab

  

Para disfrutar de una múltiple propuesta de lecturas y trivias a partir de cuatro temas recurrentes del autor: 
Espejos,
Laberintos,
Bibliotecas
y Haikus.
Y como siempre el ultimo día con lectores invitados y sorpresas internacionales.
 

 

Las y los esperamos ¡¡No se lo pierdan!!

martes, 30 de agosto de 2016

Derechos del Niño. Derechos torcidos. Canción Hugo Midón Y Carlos Gianni (Video)




Miramos la misma luna,
buscamos el mismo amor,
tenemos la misma risa,
sufrimos la misma tos.

Nos dan las mismas vacunas
por el mismo sarampión,
hablamos el mismo idioma
con la mismísima voz..
Estribillo
Yo no soy mejor que nadie
Y nadie es mejor que yo
por eso tengo los mismos derechos,
Que tenés vos.
Cantamos el mismo himno,
con el mismo corazón.
Tenemos las mismas leyes,
la misma Constitución.
Pisamos la misma tierra,
tenemos el mismo sol.
Pinchamos la misma papa,
con el mismo tenedor.

Derechos torcidos

Derechos torcidos, obra del gran creador del teatro infantil y maestro, Hugo Midón.

martes, 5 de julio de 2016

Literatura infantil argentina. Especial multimedia. Télam





LITERATURA INFANTIL ARGENTINA

CRÉDITOS

  • Textos y entrevistas: Felipe Bonacina.
    Producción audiovisual: Tomás García / Florencia Copley.
    Cámaras: David Strichansky / Sergio Roisenberg / José María Rago.
    Edición videos: Ana Almaraz / Sabino Quintar / Damián Miranda / José Castells.
    Agradecimientos: Asociación Cultural La Nube/Feria del Libro Infantil y Juvenil/Biblioteca del Congreso de la Nación/Santiago Bonacina.
    Créditos ilustraciones: Istvansch (Nueva literatura) / Ayax Barnes (Oficios y recomendaciones).
FUENTE: telam

viernes, 24 de junio de 2016

Cuentos del árbol: Irulana y el Ogronte - Canal Pakapaka (VIDEO y texto completo)




PROYECTO LITERARIO CON 2º GRADO

Irulana y el Ogronte (TEXTO COMPLETO)



Aviso que este es un cuento de miedo: trata de un pueblo, de un ogronte y de una nena. El ogronte no tenía nombre, pero la nena, sí: algunos la llamaban Irenita, y yo la llamo a mi modo: Irulana.

Conviene empezar por el ogronte, porque es lo más grande, lo más peludo y lo más peligroso de esta historia.

No todos los pueblos tienen un ogronte. Pero algunos tienen, y éste tenía.

Cuando se terminaba la tarde y el sol se ponía rojo (porque en los cuentos también se ponen rojos los soles), la cabeza peluda del ogronte brillaba como la melena de un león inmenso. Y la gente del pueblo sentía mucho miedo.

La gente, en cuanto se despertaba a la mañana, pensaba: ¿Cómo habrá amanecido el ogronte hoy?

Era importante saber cómo había amanecido el ogronte. Por ejemplo, si el ogronte estaba resfriado, había que reforzar las puertas y las ventanas para que no se abrieran de golpe con los estornudos. Y no se podía sacar a pasear a los perros demasiado chiquitos porque podían rodar calle abajo y volarse hasta la orilla del río.

En cambio, si el ogronte se ponía a picar cebolla (las cebollas crudas y las nubes del amanecer bien cocidas son las comidas preferidas de la mayor parte de los ogrontes), había que salir con botas, y hasta con botes llegado el caso.

Si estaba contento y carcajeaba, había que guardar los floreros en los roperos para que no se cayeran al suelo con los temblores.

Si se ponía a cantar, había que envolver con trapos los espejos.

Y si estaba enojado… Bueno, todos cuidaban mucho que el ogronte no se enojara.

Siempre le decían: “Buenos días, señor Ogronte” y “Buenos noches, señor Ogronte”, con muchísimo respeto. Y todas las tardes iban hasta el pie de la montaña y le dejaban canastos repletos de cebolla, vacas muy gordas y flores de colores raros. Y le hacían una gran torta para el día de su cumpleaños. Y le cantaban canciones para que durmiese. Todo para que no se enojase. Pero igual un día el ogronte se enojó.

Se enojó porque sí (¡vaya uno a saber por qué se enojan los ogrontes!).

Se notó que se había enojado porque empezó a gritar y a rugir y a mover los brazos en el aire como un molino. Y porque sus dientes enormes (no se imaginan ustedes lo enormes y lo filosos que son los dientes de los ogrontes enojados) brillaban más que su melena del atardecer.

El pueblo entero se arrugó de miedo.

De miedo a que lo comieran. Porque ya se sabe que los ogrontes, cuando se enojan, se comen pueblos enteros, con sus casas, sus personas, sus calles y sus kioscos. Y sus perros. Y las petunias de sus jardines. Y sus tarros de galletitas. Y sus boletos capicúa. Y sus estaciones, con trenes y todo.

La gente salió corriendo. Algunos iban con las orejas tapadas (taparse las orejas no protegía del enojo del ogronte, pero al menos ayudaba a que sus rugidos molestasen menos).

Pero yo dije al principio que éste era el cuento de un pueblo, de un ogronte y de una nena. Ahí está la nena – ¿la ven? – es esa de rulitos en la cabeza: Irulana. Es la única que no corre.


A mí no me pregunten por qué no corrió Irulana. Vaya uno a saber por qué no salen corriendo las Irulanas cuando vienen los ogrontes. Los que contamos los cuentos no tenemos por qué saberlo todo.

Yo lo único que sé es que Irulana no corrió sino que se sentó a esperar en un banquito.

Tal vez era muy valiente.

Tal vez era un poco chiquita.

Tal vez estaba demasiado cansada.

Se sentó en un banquito verde en una calle vacía (todas las calles estaban vacías en ese pueblo).

Cuando se terminó la tarde y el sol se puso rojo, la cabeza peluda del ogronte brilló más que nunca. Los dientes brillaron más todavía, y rugidos enormes sacudieron el suelo.

Irulana tuvo miedo. Y más miedo tuvo cuando vio que el ogronte se empezaba a mover.

"Ahora viene y se come al pueblo", pensó Irulana.

Y, efectivamente (no se olviden de que yo avisé que éste era un cuento de miedo): en cuanto llegó la tarde el ogronte empezó a comerse el pueblo. (Ya sé que esto es terrible, pero qué se le va a hacer, así son los ogrontes).

Empezó por el ferrocarril: enroscaba las vías en un dedo y después las sorbía como si fueran tallarines.

Masticaba las casas como si fueran turrón. Y de tanto en tanto les daba un mordisquito a dos o tres árboles que había arrancado de raíz y que llevaba como un manojo de apio en la mano.

(Miren: acá la dibujante se asustó tanto que dejó el dibujo sin terminar y salió corriendo)


Fue haciendo arrolladitos con las calles y se las masticó despacio. La plaza la dobló en cuatro como un panqueque y se la comió con gusto (seguramente era dulce). Si alguna petunia se le escapaba de la boca la empujaba con el dedo hacia adentro.

Y comió y comió. Se lo comió todo (tengan en cuenta que los ogrontes son muy grandes y este era un pueblo chico).

Bueno, ahora el que se achicó es el cuento, porque empezó con un pueblo, una nena y un ogronte, y ahora ya no hay más pueblo. No hay nada más que una nena y un ogronte.

Y nada pero nada más.

Nada de nada: ni un arbolito, ni una petunia, ni un vestidito de muñeca, ni un colador de té, ni una polilla, ni la pelusa de un bolsillo. Nada más que Irulana en su banquito y un ogronte enorme que –aunque ustedes no lo vean porque el dibujo se terminó antes- está bostezando.


Está bostezando porque a ese ogronte, siempre que se comía un pueblo entero, le venía el sueño.

Pero Irulana no sabe que el ogronte bosteza. Tiene tanto miedo que cerró los ojos.

El ogronte da uno, dos, tres pasos más (y los pasos de los ogrontes llevan muy lejos) y, justo justo cuando está por descubrirla a Irulana en su banquito, se queda dormido. (Acá en esta página está todo un poco movido porque el ogronte se quedó dormido de golpe y cayó al suelo haciendo mucho ruido.)

Ahí fue cuando Irulana abrió los ojos y lo vio. Parecía una montaña, pero seguramente era un ogronte porque las montañas no usan botas lustrosas ni cinturones de cuero. Y roncaba, además, como sólo roncan los ogrontes.

Irulana era una nena valiente, pero también era chiquita, y se sentía sola. Cualquiera se sentiría solo en el lugar de Irulana. No tenía nada en el mundo. Nada más que un ogronte dormido y un banquito verde. Y eso no es nada. Es muy poquito.

Sobre todo cuando el aire se pone negro y se viene la noche oscura.
Oscura pero oscura oscura, oscurísima y oscura. La luna no había salido todavía y las estrellas estaban demasiado lejos.

Esta página de acá está toda oscura y toda vacía. Así de oscuro y de vacío estaba el mundo.


Entonces Irulana se puso de pie en su banquito, que, como estaba tan negro todo, ni siquiera era un banquito verde, y gritó bien pero bien fuerte, lo más fuerte que pudo gritar: ¡IRULANA!

Eso gritó. Una sola vez. Y, aunque Irulana tenía una voz chiquita, el nombre resonó muy fuerte en medio de lo oscuro.

Y el nombre creció y creció. La i, por ejemplo, tan flaquita que parecía se estiró muchísimo (no se quebró, porque era un i muy fuerte), y se convirtió en un hilo largo y fino que se enroscó alrededor del ogronte, de la cabeza del ogronte, de los pies del ogronte, de las manos del ogronte, de la panza inmensa donde estaba todo el pueblo.

Y la r se quedó sola en el aire, rugiendo de rabia, porque las r rugen muy bien, mejor que nadie.

Y la u se hundió en la tierra y cavó un pozo profundo, el más profundo del mundo.

Y entonces la r, que rugía como una mariposa furiosa, hizo rodar el ogronte hasta el fondo de la tierra.

En una de esas ustedes ponen cara de "no puede ser", y se ríen y dicen que una palabra no puede hacer esas cosas. Y yo digo que sí puede. Prueben, si no, de decir una palabra importante, una sola, en medio de la noche oscura y al lado de un ogronte…

La "lana" de Irulana se hizo un ovillo redondo y voló al cielo para tejer una luna. Hizo bien, porque entre una lana y una luna no hay tanta diferencia. Entonces la noche se iluminó.

Aquí está, toda iluminada. Ahora sí se puede ver bien lo que pasa en este cuento. Hay un ogronte enterrado en un pozo muy profundo, tan profundo que casi ni se ve que lo ataron como un matambre. Y hay una nena chiquita que mira la luna llena desde arriba de un banquito.

Parece que no hubiera nada más pero, si miran bien, allá lejos, en el fondo de la hoja, hay un montón de gente que vuelve. Si acercan la oreja al papel, tal vez oigan la música. Porque traen guitarras, violines y panderetas. Vienen a fundar un pueblo.

Y este cuento se termina más o menos como empieza: "había una vez un pueblo y una nena.
Ogronte, en cambio, no había (algunos pueblos tienen ogronte, pero éste no tenía)…” Es un cuento un poco igual y un poco diferente.

Eso sí, seguro que no es de miedo.



FIN

jueves, 23 de junio de 2016

2016-Proyecto 1º B "Anthony Browne" Libros del autor que leemos


El túnel



Reseña
Había una vez un hermano y una hermana que no se parecían en nada. La hermana se quedaba en casa, leía y soñaba. El hermano jugaba afuera con sus amigos: reía y gritaba, pateaba y lanzaba la pelota, brincaba y retozaba. Por las noches él dormía profundamente en su cuarto. Ella permanecía despierta, acostada......
(fondodeculturaeconomica)

Gorila





Reseña


Dueño de un sentido del humor poco usual, festivo, juguetón y crítico a la vez, Anthony Browne nos abre las puertas de un mundo visual sin límites; un viaje a través de las formas penetrantes, a veces contradictorias de la ciudad, donde la magia y el encantamiento nocturno son el pasaporte al territorio de la fiesta y la imaginación.
(fondodeculturaeconomica)

Mi papá






Reseña
Mi papá es fuerte, feliz y puede saltar sobre la luna. No hay que saber leer para disfrutar al maravilloso papá de las ilustraciones de este libro, que es igual a todos los papás. Con bata y pantuflas, canta al lado de Pavarotti y juega futbol; "Yo quiero a mi papá. Y, ¿saben qué? ¡Me quiere a mí! (Y siempre me querrá)".

Ramón Preocupón


Reseña
Ramón es un niño preocupón que se angustia a causa de los zapatos, las nubes, la lluvia, los pájaros gigantes. Después de pasar una difícil noche en casa de su abuela, ésta la le da la receta para deshacerse de sus preocupaciones. A partir de entonces, Ramón las dejará a un lado.
(fondodeculturaeconomica)

Un cuento de Oso




Reseña


Una nueva aventura de Oso y su fabuloso lápiz en el bosque lleno de peligros.

Voces en el parque


Reseña


Varias personas se encuentran en el parque. Carlos va con su mamá y con Victoria, su perra labrador. Smudge va con su papá y su perro. Todos son diferentes y ven las cosas de distinta forma. ¿Te imaginas qué pasaría si pudieras saber cómo cada personaje ve el mundo y a los demás?
(fondodeculturaeconomica)

Willy el soñador




Reseña

A Willy le encanta soñar. Sueña que es una estrella de cine, un pintor, un bailarín de ballet... Sueña con monstruos feroces y superhéroes. La tierra de los sueños de Willy es una galería de imágenes mágicas y sorprendentes. Entra y mira.

Cosita Linda



Esta es la historia de un gorila que sabe comunicarse por señas, y gracias a ello tiene todo lo que quiere: comida, bebida, diversión. Sin embargo, se siente solo y decide pedir a sus cuidadores un poco de compañía. Una historia cargada de ternura y con ciertas dosis de humor, idónea para introducir a los prelectores en el rico universo gráfico de Anthony Browne, en el que, por otro lado, rara vez faltan los gorilas...


Y otros títulos más de este gran autor.

miércoles, 8 de junio de 2016

2016- PROYECTO CON 3º A Y B. MARÍA ELENA WALSH



LOS CHICOS DE 3º TM ESTÁN DISFRUTANDO DE ESTA AUTORA ARGENTINA.
PODÉS ENTRAR EN EL SIGUIENTE LINK QUE TE LLEVA A TODO LO PUBLICADO EN EL BLOG ACERCA DE ELLA Y SU OBRA.


http://bibliotecaescuela8de8.blogspot.com.ar/search/label/AUTOR%3A%20WALSH%20Mar%C3%ADa%20Elena


María Elena Walsh. CUENTOPOS DE GULUBÚ. MURRUNGATO DEL ZAPATO


MURRUNGATO DEL ZAPATO

El gato Murrún no era empleado ni sastre ni militar.
El gato Murrún no era bailarín ni heladero.
El gato Murrún era nada más que linyera, profesión muy respetable entre los gatos, los gatolines y los gatiperros.
Vivía vagando, con su colita a cuestas, por la calle y por la plaza, la azotea y la terraza, sin tener dueño ni casa.
Una noche fría y lluviosa trotaba muy alicaído pensando dónde dormir.
Y de repente... ¡Oooh!
Allí, junto al cordón de la vereda, vio un gran zapato viejo.
Como Murrún era muy chiquito, se lo probó, es decir, se acurrucó dentro del zapato, y comprobó que le iba de medida. Y que además era abrigado y no dejaba pasar la lluvia. (No sé si ustedes habrán observado que los gatos y las gotas no se llevan nada bien.)
Ronroneó y se durmió, con la puntita de la cola asomada por el agujero del zapato.
Durmió y réquete durmió. Roncó y réquete roncó y a la mañanita se despertó.
Murrún quiere desperezarse y lavarse la cara, pero… ¿qué pasa?
El zapato está lleno de tierra húmeda. Murrún no puede respirar, se ahoga, tiene que darse vuelta trabajosamente y asomar el hocico por el agujero para tomar un poco de aire.
¿Qué es esto? ¿Quién ha llenado de tierra mi casa mientras yo dormía?
Murrún se pone a arañar valientemente para remover los terrones. Le cuesta mucho, porque están endurecidos por el sol, que ya brilla en el último piso del cielo.
Por fin consigue asomar el hocico al aire... ¿Y qué es lo que ve?
¡Una Plantita! ¡Una Plantita, muy instalada y plantada en el zapato, en su zapato!
—¡Qué bonito! —dijo Murrún.
—Gracias —contestó la Planta, creyendo que era un piropo.
—¿Quién te ha dado permiso para instalarte en mi casa?
—Estaba tan cansada de vivir siempre quieta en el mismo lugar... —le contestó la Planta—, soñaba con mudarme a un zapato y pasearme de aquí para allá, de allá para aquí, ir a visitar a la mamá del alhelí.
—¡Eso sí que no! —rezongó Murrún—, está muy bien que un Gato Murrungato viva en un zapato, pero tú ¿para qué quieres zapatos si no tienes pies?
—Yo soy Planta —le contestó ella muy orgullosa—, y aunque no sea planta de pie, igual tengo derecho a vivir en un zapato, sí señor.
—¡Pero este zapato es mi casa y no quiero inquilinos! ¡Fffff!
—¡Qué lástima! —lloriqueó la Plantita—, tendré que pedirle a Felipe que me trasplante otra vez a la vereda donde todos me pisotean... ¡Ay, yo que soñaba tanto con viajar en zapato por el mundo! ¡Ay, qué va a ser de mí, de mí y de la mamá del alhelí!
Murrún se lavaba la cara de muy mal humor.
—Justo cuando había encontrado una casa tan linda... —rezongaba entre lengüetazo y lengüetazo.
—Bueno, si te molesto me voy —dijo la Planta.
—¿Cómo te vas a ir si no tienes patitas, tonta?
—Y, esperemos que pase Felipe y me trasplante a la vereda —dijo ella lloriqueando.
—Esperemos que pase Felipe... —suspiró Murrún con cara de mártir.
Y mientras esperaban los dos muy callados, la Plantita, ya que no tenía nada que hacer, se puso a dar flores.
Un montón de flores, como cuatro:
una celeste,
una colorada,
una amarilla
y una más grande.
Murrún vio las flores y se puso bizco de la sorpresa. No atinó a decir ni mu ni miau ni prr ni fff.
Estiró la patita para juguetear un poco con ellas... Y el viento las movía, y Murrún trataba de acariciar las flores muy suavemente, escondiendo las uñas.
—Cuidado, no las arañes —dijo la Planta.

—Debo reconocer —contestó Murrún sin dejar de jugar— que aunque eres una Planta muy molesta, tus flores son realmente lindas y peripuestas.
—No faltaba más —dijo la Planta modestamente, bajando las hojas.
—Y tienen rico perfume —dijo Murrún con el hocico pegado a los pétalos—. La verdad es que me gustaría tenerlas siempre cerca, para jugar.
—Si ahora te gusto más —dijo tímidamente la Planta—, ¿por qué no me llevas a pasear en zapato, como era mi ilusión?
—¿Estás loca? —contestó Murrún.
—Todo el mundo te miraría con admiración, porque nadie ha visto nunca algo tan maravilloso. Viajaríamos... Yo andaría de aquí para allá, de allá para aquí, vería a la mamá del alhelí.
Entonces Murrún lo pensó bien. Él también estaba cansado de vagabundear solo. Y dijo:
—Bueno.
Murrún se olvidó de su mal humor y empuñó los cordones.
Allá se fue, llevando a la Plantita con sus flores a pasear en Cochezapato por el mundo.
Y así, con un garabato,
se acaba el cuento de Murrungato.
EN: Walsh,  María Elena. Cuentopos de Gulubu. Buenos Aires, Alfaguara, 2010.
FUENTE: megustaleer






miércoles, 1 de junio de 2016

Anthony Browne. Entrevista. Revista Babar, 2005


Entrevista a Anthony Browne

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Anthony Browne, recién entrado en la cincuentena, pero con un aspecto juvenil, nació en Sheffield y se crió cerca de Halifax. Estudió diseño gráfico en la Facultad de Arte de Leeds y después trabajó como dibujante médico en el Hospital de Manchester.
Después, durante quince años, diseñó tarjetas de felicitación para la Galería Gordon Fraser, hasta 1988, cuando ilustró Alicia en el País de las maravillas, que fue editado por Julia MacRae.
¿Cuál fue el primer dibujo o ilustración de la que te sentiste realmente satisfecho?
Algunos diseños de una rata diseccionada que hice con motivo de una entrevista para entrar en un curso de dibujo médico (por cierto, no fui aceptado).
¿Qué preparación hay detrás de tu talento artístico?
Estudié Diseño Gráfico en la Facultad de Arte de Leeds.
¿Cuál es tu técnica favorita a la hora de trabajar en álbumes ilustrados, y por qué?
La acuarela, porque estoy acostumbrado a ella, supongo. Trabajo con facilidad, y además seca rápidamente. Tiendo a usarla de una manera más comedida de lo normal, una técnica que aprendí cuando fui temporalmente dibujante médico.
¿Están todos tus trabajos enfocados a la ilustración, o has hecho alguna exposición de trabajos individuales o cuadros independientes?
Alguna vez he dibujado por diversión, pero parece que siempre tiendo a contar una historia.
¿Cómo empiezas a trabajar sobre un libro? ¿Te viene primero a la cabeza la historia, o las ilustraciones?
La mayoría de mis libros empezaron como una extraña mezcla entre historia e imágenes. La única manera de describir esto es decir que es como planear una película, y trabajar sobre las páginas de un libro es como imaginar las escenas.
Tus libros tratan a menudo sentimientos de soledad y tristeza, superados gracias al poder de la imaginación. ¿Es un tema que abordas conscientemente o tiene ninguna relación con tu infancia?
No es un tema que yo trate de manera intencionada. La idea de un libro se va asentando poco a poco en mí. Supongo que debe tener algo que ver con mis propias experiencias infantiles, aunque crecí en una familia cálida y cariñosa, y no recuerdo ningún sentimiento de soledad prolongado – la verdad es que casi nunca me encontraba solo.
¿Cuánto tiempo te suele llevar realizar una ilustración (por ejemplo, una a página completa como las de Gorilla)?
Una ilustración te puede llevar todo un día si es pequeña y muy sencilla, o una semana si es grande y detallista. Normalmente no suelo tardar más que lo que dura mi interés, aunque a veces me gustaría dedicar mucho más tiempo a cada ilustración.
Antes de dedicarte profesionalmente a la ilustración, has tenido otros trabajos. ¿Cuáles eran, y cómo enfocarías tu talento artístico si de repente perdieras el interés o la posibilidad de hacer álbumes ilustrados para niños?
Fui un dibujante médico en Manchester durante 3 años, maestro a tiempo parcial en la Facultad de Arte de Leeds y diseñador de tarjetas de felicitación para la Galería Gordon Fraser. A veces pienso que sería interesante dedicarme a la pintura, así que a lo mejor lo intento.
¿Cuándo dibujaste tu primer “primate”?
Bueno, estrictamente hablando, los humanos también son primates, de manera que debió de ser una de las primeras cosas que dibujé cuando era niño. El primer gorila que recuerdo haber dibujado fue con motivo de una tarjeta de cumpleaños que mostraba a un gran gorila muy cabreado sujetando un oso de peluche, y de alguna manera he venido repitiendo esta idea desde entonces.
¿Te has planteado realizar alguna novela gráfica para adultos, o jóvenes?
Mi versión de King Kong estaba bastante cerca de eso. Estaba tratando de hacer algo entre un álbum ilustrado, una novela gráfica y una novela convencional. Ahora no estoy muy seguro de lo que era, o para qué. Las librerías tuvieron un serio problema con esto.
Te gusta insertar pequeños dibujos escondidos entre los fondos de tus ilustraciones. La mayoría de ellos son fáciles de detectar, pero hay algunos que la mayor parte de los lectores puede ignorar…
Hay bastantes casos, y debo admitir que no me gustaría dejar de hacerlo, pero hay un gorila que aparece como metiéndose dentro de una doble página en El Túnel que no tiene absolutamente nada que ver con la historia. Suelo incluir estas imágenes para ayudar a contar partes de la historia que las palabras no cuentan. Es la parte de mi trabajo que me parece más fascinante.
Hablando de El Túnel, ¿cómo creaste las imágenes secuenciales en este libro, donde la hermana echa sus brazos alrededor su hermano moribundo y congelado y le devuelve a la vida?
Quería que la historia se desarrollara en el mundo real con niños creíbles, así que fotografié a amigos de mis hijos en las posturas que aparecen en el libro.
¿Por qué es el zoo un elemento tan presente en tus historias?
Tengo sentimientos muy encontrados respecto a los zoos. Desearía que no fueran necesarios, pero creo que me atrae el tema de las jaulas y el cautiverio de todos los tipos y a todos los niveles. Incluso mis ilustraciones aparecen a veces atrapadas en cajas.
¿Cuál de tus libros es tu favorito?
Tengo tres favoritos: GorilaZoo, y sorprendentemente, mi nuevo libro Willy the Dreamer. Digo sorprendentemente porque normalmente justo después de acabar un libro lo odio. No puedo soportar ni mirarlo, todo lo que veo son fallos, o pequeños detalles que no resaltan tanto como había esperado. Fue un placer trabajar en este libro. Es un conjunto de imágenes que celebran el sueño, algunos de mis dibujos favoritos, y los plátanos. Creo que a lo mejor se percibe este disfrute a través de ellos. Al menos, eso espero.
De entre todos los autores contemporáneos, ¿qué trabajo admiras más?
Me gustan muchos autores e ilustradores ingleses, pero mis dos favoritos son americanos: el gran Maurice Sendak y Chris van Allsburg.
Entrevista cedida por la revista inglesa Achuka.
Todos los derechos reservados.

FUENTE: revistababar

viernes, 27 de mayo de 2016

Elsa Bornemann entrevistada por chicos. Revista Compinches, en Revista Imaginaria

Compinches1


La revista Compinches, una publicación de distribución gratuita que circuló durante 10 años (2001-2011) en Argentina y cuyo contenido estaba preparado especialmente para que padres e hijos compartieran la lectura, incluia en cada número una entrevista realizada por niños a una figura de nuestra vida cultural.
Desde los inicios de la publicación, distintos equipos formados por niñas y niños —entrenados y coordinados por las periodistas Gisela SchmidbergMaría Laura Efrón— dialogaron con músicos, escritores, actores, artistas plásticos, profesionales de los medios de comunicación, deportistas, historietistas, y otros representantes del quehacer cultural argentino.
Las preguntas de los pequeños periodistas, realizadas con la frescura y espontaneidad propias de la edad, reflejan un intenso trabajo previo de investigación sobre el entrevistado. Estas características hacen de lo charlado y compartido en estos encuentros una opción de lectura gratificante.
A continuación, reproducimos la entrevista a Elsa Bornemann realizada por Luciana Beker publicada en el Nº 1 de la revista Compinches (Buenos Aires, abril de 2001). Imaginaria agradece a Carola Beker y a Sergio Efrón, directores de Compinches, la gentileza y autorización para su reproducción.
Periodistas por un día: Entrevistando a Elsa Bornemann
Entrevistadora: Luciana Beker.
—¿Para qué edad pensás que es Cuentos a salto de canguro?
—Yo no estoy de acuerdo con poner las edades, pero comprendo que las editoriales, los colegios y las librerías necesitan una orientación. O sea, va una mamá y dice: “Tengo un nene de 9 y otro de 12, ¿qué les puedo llevar?”, entonces los libreros se fijan en eso, porque no leen todo lo que venden. Las editoriales lo ponen también con ese propósito. Les parece que va más o menos para esa edad. Pero hay criaturas que lo que está dirigido —suponete— para 12 años lo leen a los 7 y lo entienden perfecto, y al revés, a algunos de 15 les tenés que dar un libro para 5 porque no entienden.
—¿Cuándo les ponés los nombres a los libros?
—A veces se me ocurren antes, porque tienen que ver con lo que va a pasar. Por ejemplo, cuando decidí escribir cuentos de terror, yo pensé: “Si pasa algo que le da miedo, ¿qué dice uno? “¡¡Socorro!!”. Entonces dije: “Ya está, se llamará Socorro“.
—¿La historia de El niño envuelto es de verdad?
—Yo siempre les explico a los chicos que hay una gran diferencia entre la realidad y la ficción. Si yo trabajara absolutamente con la realidad, tendría que ser una excelente periodista, entonces contaría, por ejemplo: “Hoy me encontré con Luciana, a las 18 horas, un día clauroso”. Ahora si yo esto lo quiero contar en un cuento, entonces tengo la libertad de agregarle cosas. Por ejemplo, como sos hija de mellizos puedo poner: “Yo no llegaba por el calor… Luciana estaba allí, pero me di vuelta, y había otra Luciana, y vi venir por la puerta de entrada a otra Luciana…”, como si vos fueras trillizas… y el escritor tiene esa libertad, eso se llama ficción.
En El niño envuelto están mecladas historias mías, historias de los chicos, historias del pibe que viví a en mi casa, que es cierto. Vivía en el tercer piso, y yo desde el quinto le bajaba una canastita con libros, y él me ponía cartitas. Venía mucho a casa, me hice muy amiga de sus papás, eramos compañeritos de alguna manera. Él no se llama Andrés (como el protagonista del cuento). No le puse su nombre porque como ahí aparecían cosas que no tenían que ver con la familia de ellos, me parece que no es correcto.
Todo lo que un escritor escribe, Luciana, está basado en lo que siente, en lo que piensa, en lo que sucede, pero lo puede escribir, porque por eso es escritor, incluso como le hubiera gustado que pase. Incluso, dejando el final abierto, porque aunque los grandes no lo creen, a los chicos les gustan los finales así. Por ejemplo, han pasado tantos años desde que yo escribí que una chica parece que desaparece adentro de un lavarropas. ¡¡Para qué lo habré escrito!! Me lo preguntan siempre…
—¿Vos más o menos cuánto tardás en escribir un cuento?
—Cuando empiezo, muy rápido. Tardo los días anteriores. A veces estoy meses pensando en algo, tomo notitas, pero una vez que lo voy a escribir, lo tengo todo más o menos pensado.

Compinches24Seguimos con la entrevista realizada por Laura y Dana publicada en el Nº 24 de la revistaCompinches (Buenos Aires, marzo de 2006). Imaginaria agradece a Carola Beker y a Sergio Efrón, directores de Compinches, la gentileza y autorización para su reproducción.
Elsa Bornemann en la frecuencia de los chicos
Entrevistaron: Laura, 10 años, y Dana, 11 años.
Asesoría Periodística: Gisela Schmidberg.
—Sabemos que sos maestra y doctora en letras. ¿Ejerciste alguna vez?
—Sí, sí, sí. De maestra jardinera, de maestra de escuela primaria, de profesora de secundaria y en la universidad también.
—¿Y doctora?
—Y sí… ¡Curé muchas letras y muchas palabras! (Risas).
—¿Cómo eras con tus alumnos?
—Afortunadamente, me llevaba muy bien. Los chicos me tenían simpatía y yo también a ellos. Es que realmente los seres que más me gustan en la vida son los chicos. Y después de ellos, me gustan mucho también los animales.
—También sabemos que trabajaste como azafata. ¿Cómo fue?
—Yo creía que me iba a encantar ser azafata. Y después que trabajé… ¡no! Pero no porque me diera miedo el avión, sino porque tenía que estar todo el tiempo sirviendo a la gente, atendiendo a todos, asistiendo a las personas que se asustaban… Y yo dije: “Bueno, ya probé, ya está bien”.
—¿Recordás alguna anécdota de esa época?
—Sí, yo decía: “Perdón, voy al baño”, y me metía ahí. En realidad, era porque se me estaba ocurriendo algo para escribir. Me encerraba en el baño y escribía poemas.
—¿Te leían de chiquita?
—Mi papá, sobre todo. Pero ¿ustedes saben? Una risa… Mi papá era alemán; entonces, él me leía en alemán y me decía: “Si prestás mucha atención, lo vas a entender”. Pero como él no me traducía, ¡yo me imaginaba cualquier otra cosa! Y después mi mamá me inventaba cuentos.
—En la dedicatoria del libro Tinke-Tinke escribiste: “A mi mamá, Blancanieves Fernández de Bornemann, que nutrió mi infancia con poesía”.
—Claro, porque también me leía poemas. Yo le llevaba los libros para que ella me los leyera. Tenía cuatro o cinco años y estaba muy desesperada por aprender a leer. Mi mamá me leía mucho, pero mis hermanas, que eran grandes, no. “¡Aprendé a leer!”, me decían. Ahora, ¿vieron que mi mamá se llama Blancanieves? Todos los chicos se ríen cuando voy a los colegios y me dicen: “¿Cómo? ¿Sos una hija de Blancanieves?”
—Y cuando empezaste a leer sola, ¿qué leías?
—Cuentos, novelas y poesía; sobre todo poesía. Existen tantos autores extraordinarios, ¿no? Sobre todo, leo a autores españoles y argentinos, muchísimo. Era y sigo siendo muy lectora. la lectura me encanta y también la radio. La televisión no tanto. Escucho mucha radio de noche, porque yo por la noche duermo poco. Siempre, ¿eh? De chica también.
—Qué otras cosas conservás de cuando eras chica?
—Conservo recuerdos, objetos —como mi muñeca preferida, Pelusita— y características de mi personalidad. Ya desde chica escribía. En la escuela primaria sufrí mucho con las composiciiones, porque cuando tenía ocho o nueve años me llamaban de la dirección y me preguntaban: “¿Cuál de tus hermanas te escribió la redacción?”. Yo no me daba cuenta de si estaba mal o bien escrita; no tenía ni la menor idea, para nada. Entonces, no entendía por qué me sentaban ahí y me decían esas cosas. Después llamaban a mi mamá y ella decía: “No, la escribió ella”. Además, si yo escribía las composiciones en el aula, ¿cómo me las iban a escribir mis hermanas?
—Había Jardín de Infantes cuando vos eras chica?
—Sí, había, pero a mí no me mandaron. El jardín era el fondo de mi casa. A mi papá le gustaban muchísimo los árboles, las plantas; estaba lleno de verde, hermoso. El jardín de mi casa: ése fue mi jardín.
—¿Tenías muchos amigos?
—Siiií. sobre todo, varones. Cuando yo ea chica, en general, las mamás no querían que las nenas estuvieran con amigos varones. Pero en mi casa no pasaba eso. Era, como me decían entonces, varonera. ¿Por qué? Porque íbamos a la plaza, nos trepábamos a los árboles… Me encantaba. con ellos me divertía muchísimo.
—¿Y algún novio?
—Tuve candidatos hacia mí. Había uno, que era hijo de un ucraniano y una gallega, que vivía a la vuelta de casa. Tenía un año más que yo y desde los ocho se había enamorado de mí. El papá, cuando me veía, me decía con su acento ucraniano: “Ahí vino mi nuegga, ahí vino mi nuegga“. No sé, el otro se obsesionó y me dijo: “Estoy enamorado de vos” con su vocecita de ocho años. Y yo le contesté: “¡Pero yo no!”. Bueno, entonces, ¿saben lo que hacía? Pasaba dos o tres veces por semana por la puerta de mi casa con un rebenque en la mano y gritaba: “Elsy, si no aceptás ser mi novia, vas a ver lo que hago!”, y golpeaba el rebenque contra el cordón de la vereda. No nos hemos vuelto a ver desde hace mil años, pero me sigue llamando de vez en cuando para ver cómo estoy… El primer noviecito lo tuve a los catorce años; nos tocábamos de lejos con los deditos… no era como ahora…
—¿Cómo eran los chicos de antes?
—Y… quizá vivíamos una época más sana. Por ejemplo —ojo que esto que voy a decir es una generalización—, a mí me asusta muchísimo que los chicos (y digo chicos porque a los doce, trece, catorce son todavía chicos, ¿no?) tomen alcohol y droga. Acá cerquita de mi casa hay un boliche, y la madrugada del sábado, del domingo y el lunes es un bochinche impresionante, a las seis o siete de la mañana. Yo salgo al balcón, los veo y son chicos chiquitos. Y eso no pasaba antes.
—¿Por qué quisiste ser escritora?
—Porque me encantaban los libros. Y después, hay cosas que uno no sabe exactamente por qué, pero quizás hasta el día de hoy tengo ciertos problemas para comunicarme hablando y no para hacerlo escribiendo. Por ejemplo, a mí no me gusta el teléfono.
—¿Por qué?
—¡Ustedes no fueron telefonistas de chica! Mi papá era relojero campanero y tenía el taller en el fondo de mi casa. Entonces, lo llamaban de muchos lados por trabajos y él me pedía a mí que atendiera el teléfono. Por otro lado, mi hermana mayor ya tenía sus noviecitos y me decía: “Atendé y decí que no estoy”. La otra, lo mismo. Entonces, yo estaba harta de atender el teléfono. Por eso me encantó cuando salió la computadora, aunque yo —copiando a Rolando Hanglin, que habla de la Organización de Sufrimiento Argentino— llamo a mi computadora la OSA, porque hay días en que no anda nada. Un desastre, ¿no? Pero me encanta mandar y recibir mails… Y lo que extraño son las cartas escritas a mano que le llegaban a uno antes, con la letrita de cada uno de los amigos… en la que uno los podía reconocer.
—Por qué pensás que tantos chicos te escriben?
—Supongo —aunque yo no tengo la explicación, porque sinceramente no la tengo— que porque les gusta lo que escribo. Como a mí me hubiera gustado escribirle a Lewis Carroll, el autor de Alicia en el País de las Maravillas, y a tantos otros autores que ya cuando yo era chica no existían, ¿no? Estaban los libros. Había pocos autores en la Argentina que escribían para chicos, hasta que apareció la extraordinaria María Elena Walsh. Y después yo empecé escribiendo para chicos pero sobre temas de los que no se escribían acá, como el terror o el amor. Y tuve algunos problemas.
—¿Cuáles?
—Con el libro Un elefante ocupa mucho espacio, fui prohibida en el año 1977. El año anterior había recibido un premio internacional muy importante y supongo que a alguna gente le dio envidia. No creo que el general Videla (N. de la R.: primer presidente de la dictadura militar que comenzó en 1976 y durá hasta 1983) lo haya leído, ¡para nada! Pero lo prohibieron diciendo que era izquierdista, y no era para nada así. Pronto, si Dios quiere, se va a hacer una versión teatral de ese libro. Cuando me prohibieron eran momentos muy tremendos, en los que desaparecía la gente… y me acuerdo de que mi padre me dijo: “Andate a vivir a Europa. No te quedes acá porque esto es muy peligroso”. Pero yo, sinceramente si me hubiera ido, me habría muerto de tristeza, sola y por esa causa… entonces, me quedé acá.
—¿Tenés una receta para que tus libros les gusten a los chicos?
—No, no, para nada. Escribo lo que siento que me gustaría leer si yo fuera chica. A mí me hubiera gustado leer poemas de amor.
—Cuando estás haciendo cualquier otra cosa, ¿se te ocurren ideas pra escribir?
—Sí. De noche… ¡no saben cuántas veces prendo una linterna chiquita para no despertar a mi marido! Tengo papelitos al lado de la cama y de pronto se me ocurre algo y lo anoto, porque después se me puede ir, se me puede volar. Sí, siempre ando con papeles y la birome para anotar cosas.. Si se me ocurre algo, ¡pic!, lo agarro.
—¿Qué cosas de la realidad te llaman la atención?
—Sobre todo, me llama la atención que desde el principio del mundo los seres humnanos no son pacíficos. Eso me pone muy mal, porque la violencia no empezó ahora. Si ustedes leen historia, la violencia, la envidia, todas esas cosas, estuvieron desde el principio de los tiempos. Eso me llama muchísimo la atención.
—¿Qué cosas te hacen reír?
—Ah, muuuuchas. Empezando por casa, mis perritas porque parecen dos nenas. Y arman un lío… Desde las seis de la mañana quieren jugar: para aquí, para allá, para aquí, para allá, para aquí, para allá… Y después me gustan y divierten mucho los chistes de Fontanarrosa, Nik, los dibujos de Sábat.
—¿Qué se puede hacer con un chico al que no le gusta leer? ¿Hay que hacer algo?
—En general, el chico al que no le gusta leer es porque en la casa nadie lee. No ve a su mamá o a su papá leyendo con placer… Después estaría la escuela: que haya un maestro, una maestra, un profesor, una profesora que les transmitan a los chicos: “¡No saben lo que se pierden!”. Y que les lean algo… les cuenten… Pero, si no sucede, es muy difícil que un chico disfrute de leer.
—¿Por qué un libro o un autor se convierten en “clásicos”?
—Porque le gusta a una generación, y después a otra, a otra y a otra. Si pasan varias generaciones —muuuuuchos años— y se sigue leyendo, es un clásico.
—¿Qué es lo que tiene que pasar para que eso suceda?
—¡Ah… qué intriga tengo… no sé!
—¿Leés tus libros?
—Sí, antes de publicarlos, sí. Los leo para corregirlos, recorregirlos, ver si repetí palabras… Pero no después de publicados. Sería como rascarse el ombligo, ¿no?
Elsa Bornemann y las 5 preguntas con vueltas
1) ¿Cuál era tu juego favorito?
Jugar con las muñecas, andar en bicicleta, caminar, jugar a la escondida. Después, jugar al ludo, al ta-te-ti, a todo ese tipo de juegos.
¿Y cuál, el que menos te gustaba?
El truco, porque nunca lo aprendí.
2) ¿Qué es lo que más te gustaba del colegio?
Encontrarme con mis compañeras.
¿Y lo que menos te gustaba?
Los exámenes de matemáticas. Pero, ojo, ¿eh? Siempre salía bien. Sin embargo, era un esfuerzo… porque no me gustaba para nada…
3) ¿Qué te asustaba?
Por supuesto, perder a los seres queridos. Otra cosa, la verdad no me acuerdo.
¿Frente a qué te sentías valiente?
Y… para cuidar a mis animalitos, siempre. Y también cuando mi papá tuvo que viajar a Europa por trabajo. Se fue por siete meses y se quedó por siete años por problemas económicos. Lo extrañé muchísimo, como se imaginarán. Me hacía sentir valiente ayudar a mi mamá para que se sintiera mejor.
4) ¿Por qué “macanas” te retaban?
Me retaban, como a todos los chicos… Mi mamá salía a la puerta y me decía: “¡Nenaaaa, vení a tomar la lecheeeee!” porque yo seguía y seguía jugando…
¿Por qué cosas te felicitaban?
Mi familia no era muy felicitadora. Pero siempre sentí mucho afecto de mis padres y de mi familia y de vecinos queridos, o sea que no me puedo quejar.
5) ¿Qué era lo que más te gustaba cuando ibas a la casa de tus abuelos?
Únicamente llegué a conocer a mi abuelo materno, que era español y vivía en Lomas de Zamora. Me gustaban los animalitos que tenía y que me regaló una gallinita pigmea. Era chiquitita, blanca y se llamaba Coquita. Vivió como once años. Venía, entendía palabras.. era muy graciosa, una cosa increíble.
¿Y lo que menos te gustaba?
La esposa con la que se había casado mi abuelo, porque era antipática y tenía celos, ¡seguro!, de nosotros.

FUENTE: imaginaria
NOTA: LA REVISTA IMAGINARIA ES UNA EXCELENTE PUBLICACIÓN DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL